De la vida me acuerdo, pero dónde está.
Jaime Gil de Biedma
Esta luz; esta luz no es la nuestra. Esta luz ni blanca, ni azul, ni nada. Esta luz que no huele, sin eco de hogueras a medianoche, ni cascabeles amarillos de arroyo joven. Esta luz de carnicería de pueblo a media tarde, esta luz de autobús nocturno, de gasolinera 24/7. Estos tubos de luz que no tienen la hombría de fundirse cada tantas horas; que se mueren durante días incontables, tísica tos de gas que agoniza, pero algo queda, deja, no la cambies aún, que tira otra semana. Esta luz; esta luz tan poco sol, que pringa el aluminio de luna falsa y se goza en los tajos del tiempo, en la piel de estepa del lunes por la mañana. Esta luz, tan lejos de Sorolla. Esta luz de los hospitales, de las consultas sin ventanas. Esta luz que no sabe del mar, esta luz no es la nuestra.
Otra teníamos, hermanos de sangre y garra, que ignoraba cortinas, muros, y las leyes de Kepler; de noche lucía con más rabia. Sé que la teníamos, y claro que estaba en los lugares habituales: la arena de playas sin Septiembre, la discutible poesía del rock patrio, la tensa espera en los templos de hierro de la Renfe. Pero a veces vacilaba también en el contorno de un hombro, mojaba las sábanas, o arropaba, tenue, cuellos y otras curvas donde romperse los dedos.
Y creo que me acuerdo de la carrera entre los árboles, y la luz bailando siempre dos pasos por delante; por buscarla y tenerla en la boca sé que fuimos lobos, cuando invierno era sólo una palabra. Y sé que hubo un bosque. Sé que hubo cacería, y corrimos tras las corzas de ojos planetarios: sangre en la nieve y música de huesecillos crujiendo, muy hondo en el pecho. Sí, en el galope el aire quemaba como absenta, reventaba alvéolos, y temblaba como una veleta ese zarcillo rojo que algunas, compasivas, llamaron corazón.
Esa otra luz la tenemos aún, creo, y la guardamos con celo en lugares bien insólitos. En un recodo de la retina, debajo de la lengua, entre la uña y la piel. En el perfume punzantemente familiar de una desconocida en el bus. Entre dos teclas del piano, re 3, y mi bemol. En la bandeja de entrada del Hotmail. Donde sea, pero aún la tenemos. Por eso cuando andamos bajo las farolas, cuando nos sentamos en las aulas y soportamos este aborto de la ciencia, esta parodia sin brillo, este limo color de rutina, pensamos: esta luz. Esta luz no es la nuestra.
¿A vosotros no os pasa nunca?