viernes, 8 de octubre de 2010

Intertextualidades

(...) el dia es gira
i es desfulla tediós i indolent
i el triomf de la mediocritat
senyoreja i falca l'eixam humà.
Nora Albert, Mots i brases



Así en las noches más blancas,
cuando por tropiezo agitas los geranios
y hiede
a neuronas por toda la casa,
los caballitos de mar sueñan
con un Dios aficionado a los acuarios.


Pintura de Vincent Desiderio

viernes, 27 de agosto de 2010

Jeckyll abides

...que la tela no es más que un arreglo de hilos, que tu vida es una urdimbre y la alimentas de deseos...
Gala de León y Jiménez

Vale. Café. Algo de Mahler; del Mahler simpático, antes de que se le muriera el crío. Pero mirad la foto, y decidme si no estaba ya medio muerto cuando era un crío él. Llora miedo. Y es que pienso que para ciertas cabezas el mundo debe ser aterrador, por su detalle inconcebible, por la belleza atroz que gotea de cada puñado de moléculas. Pienso que para ciertas cabezas, tan complicadas, el mundo debe parecer un tapiz adimensional, un nudo de colores innombrables, tenso hasta el crujido, a una micra de la quiebra.
     No lo aguantan, claro, cómo iban a poder. Casi todos ceden, se rinden, y buscan una Arachné cualquiera, un autor, una Mano en la Capilla Sixtina, alguien fuera de la Caverna, Don Giovanni, Deus ex Machina, el Monesvol, ein Deutsches Requiem, o Yahvé, o los moais de Pascua o el Arquitecto de Matrix o la huella de Eru, lo que sea pero algo, por favor, por piedad, algo que insinúe un orden, que cuadre el puzzle, que niegue el Caos. Los embriaga el miedo al qué más da, el terror que emana de Azathoth, mil centurias más viejo que Lovecraft.

Mahler con 6 años. Tiernísimo.

     Miedo me da a mí no acabar de estar en sintonía con tantas y tan floridas neuronas; pues si tanto el común de los borregos como las mentes más sublimes han acabado hincando la rodilla ante algo (no digo sólo un Dios; basta un Dogma), cabe suponer que podrían no andar errados. Sé que la paradoja es un sobadísimo recurso, pero de otro modo no me sale; y caeré (caed conmigo) en ella por enésima vez, en el dogma contra el Dogma: el ansiado Punto Medio, oh nueva deidad del Occidente sigloveintiunesco. Digamos que si los borregos hacen beee ante un señor en pañales clavado a unos maderos, es para no oírse pensar por dentro. O, valga la doble negación, para no no oírse pensar. En cuanto a los otros, barbudos y con gafitas redondas casi todos, posiblemente por negarse a ignorar pecaron de estudiosos, y hallando el cielo atestado de páginas en blanco, buscaron cualquier idolillo o idea medio novedosa en que dejar reposar la materia gris. Ardua tarea pues hallar el equilibrio entre ambos extremos.
     No obstante, si mal no recuerdo, fue la pureza de las drogas, y no su contaminación, lo que hizo a Jeckyll perder las riendas de Hyde. Si nos ponemos profundísimos (y deberíamos, pues el señor Stevenson acabó por mandarlo todo a tomar por, y fuese a una isla tropical a verse encoger el pene), la moraleja de la historia, más que vigilar que no te echen porros en los cubatas, es abandonar esta obsesión enfermiza que aguijonea al Homo desde los tiempos del mármol y la sodomía bien entendida: la búsqueda de la esencia, de la razón última de las cosas, la partícula más pequeña, el ἄτομον.
     Da igual cuán magna sea la acción tonta que cometas: mandarle un sms a tu rubia, "tenemos que hablar", o erigir el gran Colisionador de Hadrones bajo los Alpes. Casi seguro que una respuesta no hará más que dar pie a otras diez preguntas, cual hidra gnóstica bien encabronada, y a ti, a ti te crecerá la barba para que te la puedas mesar bien con una cara de idiota similar a la que veo yo cada mañana en el espejo del baño.

Una foto bonica de estrellas.

     Que yo no digo que no quiera saber; digo tal vez que no quiero saberlo todo. Más aún cuando me da la impresión de que lo voy intuyendo, y ea, será arrogante y pretencioso, pero sabed, oh, sabed que hay tardes en que mi alma, que la tengo, hay tardes y hay noches en que mi alma es un escroto enorme, feo y dúctil en manos del firmamento todo, y es Selene misma quien me come la p
     Subo entonces a la azotea (la de SRV), y me dejo sobrevolar por las estrellas. Hay un breve ritual, mechero, vaso, Pueblo y café, y abajo ronronea la ciudad, la ciudad-mar con apnea del sueño. Ronca, ronca como un niño inmenso y salvaje, ronca en do menor, pero le fallan gargantas. Voces le faltan. Pues he sabido que hay más azoteas y más insomnes tripulándolas. He sabido que no sólo a mí me han desvelado Mahler y su foto de niño aterrorizado por el mundo mismo. Sí, de eso estoy seguro, eso lo sé, y quiero saberlo. Y nada, absolutamente nada más, señor Hyde, señor Stevenson. Jeckyll aguanta.

martes, 25 de mayo de 2010

Neones


De la vida me acuerdo, pero dónde está.
 Jaime Gil de Biedma

Esta luz; esta luz no es la nuestra. Esta luz ni blanca, ni azul, ni nada. Esta luz que no huele, sin eco de hogueras a medianoche, ni cascabeles amarillos de arroyo joven. Esta luz de carnicería de pueblo a media tarde, esta luz de autobús nocturno, de gasolinera 24/7. Estos tubos de luz que no tienen la hombría de fundirse cada tantas horas; que se mueren durante días incontables, tísica tos de gas que agoniza, pero algo queda, deja, no la cambies aún, que tira otra semana. Esta luz; esta luz tan poco sol, que pringa el aluminio de luna falsa y se goza en los tajos del tiempo, en la piel de estepa del lunes por la mañana. Esta luz, tan lejos de Sorolla. Esta luz de los hospitales, de las consultas sin ventanas. Esta luz que no sabe del mar, esta luz no es la nuestra.
      Otra teníamos, hermanos de sangre y garra, que ignoraba cortinas, muros, y las leyes de Kepler; de noche lucía con más rabia. Sé que la teníamos, y claro que estaba en los lugares habituales: la arena de playas sin Septiembre, la discutible poesía del rock patrio, la tensa espera en los templos de hierro de la Renfe. Pero a veces vacilaba también en el contorno de un hombro, mojaba las sábanas, o arropaba, tenue, cuellos y otras curvas donde romperse los dedos.   

  
      Y creo que me acuerdo de la carrera entre los árboles, y la luz bailando siempre dos pasos por delante; por buscarla y tenerla en la boca sé que fuimos lobos, cuando invierno era sólo una palabra. Y sé que hubo un bosque. Sé que hubo cacería, y corrimos tras las corzas de ojos planetarios: sangre en la nieve y música de huesecillos crujiendo, muy hondo en el pecho. Sí, en el galope el aire quemaba como absenta, reventaba alvéolos, y temblaba como una veleta ese zarcillo rojo que algunas, compasivas, llamaron corazón.
      Esa otra luz la tenemos aún, creo, y la guardamos con celo en lugares bien insólitos. En un recodo de la retina, debajo de la lengua, entre la uña y la piel. En el perfume punzantemente familiar de una desconocida en el bus. Entre dos teclas del piano, re 3, y mi bemol. En la bandeja de entrada del Hotmail. Donde sea, pero aún la tenemos. Por eso cuando andamos bajo las farolas, cuando nos sentamos en las aulas y soportamos este aborto de la ciencia, esta parodia sin brillo, este limo color de rutina, pensamos: esta luz. Esta luz no es la nuestra.
      ¿A vosotros no os pasa nunca?

domingo, 2 de mayo de 2010

SRV

El Jazz nos cuenta su dolor -&
«nos da igual»
...Es por lo que es bello, real...

Erik Satie

Hey, Stevie Ray, ven a llorarme al oído esta noche; ven a romperme un blues en la cara. Sángrale savia a esa plancha de arce, pintada de ajado tabaco. Tensa el acero. Canten tus manos. Venga, brujo, cántame una del viejo Robert, que quiero saber de desgracias ajenas. Cuéntame de las riadas de Texas, cuéntame algo de Lenny. Cuéntame del Río: quiero oler el Sur en tu voz, las roncas sirenas de los barcos del póquer, la espesa podredumbre del Delta.
      Hey, Stevie Ray; ven a fumar un rato en la azotea. Sudaremos juntos, mascaremos la tos de caminos andados. Callaremos, codo con codo. Creo que eso hacen a veces los amigos: se oyen en el silencio, alientos cansados, estrellas rojas titilando en los dedos. ¿Y cuánto silencio y llagas mordidas no tiemblan en tus cuerdas, en tus doce compases? ¿Cuánto bourbon, para ablandarte los callos del alma? ¿Cuántos callos, para ablandar a la anciana Number one? Sí, será más bonito si no pregunto, si no contestas; pero aún así.

     
      ¿Vendrás, brujo? Tal vez te traiga de vuelta la resaca ciega del gran lago, o tal vez otro vano vuelo de ácido, vestido de cieno, coronado de algas bajo el sombrero negro. Desde la orilla el bronce, torpe, quiere recordarte, pero dónde ibas a vivir más que entre nosotros, que llenamos los bares buscándote el olvido, que miramos al techo, asustados, cuando muere la última nota: racimos de ojillos vidriosos, topos que han roto el suelo bajo el mediodía. ¿Vendrás, pues? Si no, viejo, si no vas a volver, no quiero saberlo. Prefiero esperar siempre.
      Y decir, escribir bajito: hey, Stevie Ray. Ven a llorarme al oído esta noche. Ven a romperme un blues en la cara.

lunes, 26 de abril de 2010

Matices del "casi"

Llevaba más de un mes sin encender la tele, salvo para perder a todos los juegos de la ps1 en el antro de Andrés en Valencia. En los 5 minutos que he tardado hoy en comerme el bocata, mirando la caja estúpida, me he enterado de que Ferran Adrià ya no es el mejor cocinero del mundo (oh), aunque seguramente seguirá siendo el más cretino, y de que a los valientes diestros José Tomás y Manuel Díaz "El Cordobés" les han dado un revolcón por la arena sendos toros en los últimos días. Parece que el rubiales sólo se ha roto la nariz, pero dicen en la tele que al otro salvaje casi lo matan. Casi.

      Mañana es mi cumpleaños. Habría sido un buen regalo.


Un animal agresivo e irracional. Abajo, un toro.

miércoles, 31 de marzo de 2010

En barbecho

Llega Primavera, a pesar de todo. Diréis tal vez que no es tiempo de libros, que no es tiempo de leer a los muertos (ni escucharlos, Quevedo mediante); que no es tiempo de silencio. Pero ciertamente no es tampoco tiempo para las pieles blancas, perchas de polvo y corcheas. Se avecina una tormenta lenta y tórrida, y recomienza un juego que algunos malaprendimos a jugar, allá por los tiempos de los primeros rizos bajo el vientre. Se me siguen escapando las reglas, que no hay dónde leerlas; y así también las miradas sesgadas, las trochas sinuosas de ciertas voces, los guiños de la luz en ciertos brazos.
      Cada semana van cayendo las capas de ropa, y el aire se espesa de polen y hormonas. Una vaga incertidumbre, que a veces se concreta y se anuda en el estómago, me va ganando el ánimo. No sé donde están los otros, los míos, pero tengo que avisarlos, si no lo saben: ¡que nos roban el invierno! Que nos roban los guantes y las barbas, y las anchas vestiduras, y las chaquetas superpuestas. Que cada semana van cayendo capas de ropa, y a ver dónde meto yo ahora los librillos de Castalia.

Si veís un libro de Coelho, es una ilusión. Palabra.
 
      Pero llega Primavera. Veníamos por la autovía, y las margaritas desbordaban las cunetas, que reventaban de blanco y amarillo, como el sueño de un Monet puesto de ácido. El sol brillaba en cada cosa que pudiera brillar. Fluía en los capós de los coches metalizados, y temblaba en círculos de mercurio en cada llanta, cada iris contraído. Las líneas de la calzada hasta parecían blancas, y el cielo (tras diez mil años, aún nos maravilla), el puto cielo era de un azul tan hondo que casi era mar. Sonaba Like a rolling stone, y todo era tan road movie, tan postal de gasolinera y tan simpáticamente kitsch, que (y no quería, lo juro) tuve que sonreír. A pesar de todo.
     Luego recordé mi nombre, mi raza peculiar, y una incierta sordina cubrió color y sonido. Estas cosas duran poco, y Rodríguez (aunque él lo hizo durar todo un libro) lo sabe. No puedes estar todo el rato maravillándote del universo, ni siquiera una vez al día, ni a la semana. Has de poner el alma en barbecho, como con las viejas buenas canciones, y olvidar lo buenas que eran. Para que vuelvan a sorprenderte, cuando te roben el invierno, y llegue Primavera, y no quieras la sonrisa. Para que entonces la tengas.


jueves, 25 de marzo de 2010

Introitus

Y qué bien que suenan los puñetazos de las películas; sobre todo en la barriga. Y los actores cómo aguantan: se doblan, tensan abdomen, hacen hukk, o hfff, o hmmp, se enderezan y vuelven a la lucha, a repartir. Nótese que el contrincante, por lo general, se quedará observando los estragos de su ataque, y esperando educadamente la respuesta del enemigo, ya sea ésta gancho de izquierda o sillazo en la crisma. Si la peli es muy mala, después de intervenir la chica que los hace disputar (porque, amigo, cherchez la femme!) se abrazarán fraternalmente, más viriles y gallardos que nunca, perlados los bíceps de aséptico sudor.
      En parte por eso me gustó Fight Club: de las peleas queda cicatriz. El protagonista escupe los dientes en el lavabo, y grumos de sangre y babas cuajan en la arena del ruedo. Fincher mantiene en toda la cinta el nivel justo de mugre y esputos, posiblemente podando los excesos literarios de Palahniuk, de modo que, si no el fantástico argumento, sí la cruda esencia de la película traspase la pantalla, y nos salpique, y, coño, nos guste, claro que sí.
      Porque, fuera de la penumbra del cine, así son las cosas a pie de calle. Es verdad que el sudor de la lucha y el ser golpeado conllevan cierto orgullo atávico y nos cosquillean la testosterona; pero nada noble ni artístico hay en el forcejeo torpe con que avanzamos por el barrizal de lo cotidiano. Los puñetazos en la barriga duelen, dan ganas de cagar y te encogen los huevos durante horas. No por vencer te tirarás a la chica, ni por ser derrotado se casará contigo en el minuto 85, violines, beso en los morros y fade to black. Y, de cualquier modo, a nadie le gusta, de buena mañana, escupir los dientes en el lavabo.
      Así que al final el finolis de Quique González va a tener razón en la de Hotel Solitarios:
   
      Tengo bastante con morder algún pedazo de sueño
      para no olvidarme de las cosas importantes,
      y tener encaje, sin perder empaque.

      Y de eso, gentes, va a ir este blog. De morder pedazos de sueño. De las cosas importantes. Y de tener encaje, sin perder empaque.
      Bienvenidos.